Dideco
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Hoy día es un lujo ir despacio y también es un lujo perderse. Sin embargo, todavía es posible caminar por sendas poco transitadas, muchas de ellas casi invisibles. En la actualidad, el significado de perderse ha quedado reducido a "perderse algo", a no estar, o visitar o fotografiar para las redes sociales todo lo que nos dicen que hay que ver, tocar y sentir en un viaje. Nadie se pierde ni quiere perderse nada. Por eso contamos con todo tipo de guías, folletos o páginas con rutas en las que se detalla qué visitar, dónde comer o dormir o en qué mirador asomarse a hacer un selfi, y aplicaciones de móvil que nos permiten descargar los tracks. Estas herramientas no nos ofrecen un camino de baldosas amarillas, como en El mago de Oz, pero casi. Sin embargo, en ninguna viene balizado ese camino hacia Ítaca que tan bien nos describió en sus versos Kavafis.
Por eso este libro incluye rutas que a veces se esconden, o dan vueltas sin llegar a ningún sitio. A menudo no están señalizadas, por lo que existen muchas posibilidades de perderse en el cul de sac de un barranco lleno de aulagas, en un bosque con lobos, en un pueblo abandonado donde solo vive el lobishome, en un camino cortado, una montaña nevada, un páramo desolado o en las ruinas de una ciudad maldita.
Los caminos principales se trazan con criterios como la rapidez para transitar de uno a otro punto o que puedan circular los vehículos, pero las sendas están hechas para las pezuñas, las garras y los pies. Robert MacFarlane o Bruce Chatwin descubrieron que en las viejas sendas seguía latiendo algo muy nuestro y remoto. El ritmo al caminar de estos dos viajeros también lo encontramos en la bicicleta de Ander Izaguirre y en la poética forma de viajar de María José Solano Franco, que utilizan los libros de literatura a modo de precisa guía Michelin. Al igual que Patrick L. Fermor, Henry Miller, Javier Reverte, May Sheldon, Mary Kingsley o Isabelle Eberhardt. A ellos me encomiendo, con ellos y ellas camino aquí.
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